La relación entre padres e hijos

La relación entre padres e hijos

La relación entre padres e hijos
Extracto de la obra "Cúrese usted mismo" del Dr. Bach

Capítulo 5
Puesto que la carencia de individualidad (es decir, permitir interferencias con la personalidad, interferencias que impiden cumplir los mandatos del Yo Superior) es de tanta importancia en la génesis de enfermedades, y puesto que a menudo empieza pronto en la vida, pasemos ahora a considerar la verdadera relación entre padres e hijos, profesores y alumnos.

Fundamentalmente, el servicio de la paternidad debería ser el medio privilegiado (y, en verdad, debería ser considerado como divinamente privilegiado) de permitir a un alma entrar en contacto con este mundo con el objeto de evolucionar. Si se entiende correctamente, probablemente no se ofrezca a la humanidad ninguna oportunidad más grande que ésta, ser el agente del nacimiento físico de un alma y tener el cuidado de la joven personalidad durante los primeros años de su existencia en la tierra. La actitud de los padres debería ser exclusivamente la de dar al pequeño recién llegado, hasta donde sean capaces, todas las orientaciones espirituales, mentales y físicas, pero recordando siempre que el pequeño es un alma individual que ha venido al mundo a obtener su propia experiencia y conocimiento a su propia manera de acuerdo con los dictados de su Yo Superior, y que deberían concederle toda la libertad posible para que se desarrolle sin impedimentos.

El servicio de la paternidad es un servicio divino, y se debería respetar como tal, o incluso más, que cualquier otro deber que estemos llamados a desempeñar. Aunque es sacrificado, siempre debemos tener presente que al niño no se le debe pedir absolutamente nada a cambio, porque el objetivo es exclusivamente dar, y solamente dar, cuidadoso amor, protección y guía hasta que el alma se encargue de la joven personalidad. Desde el principio se le deberá enseñar independencia, individualidad y libertad, y tan pronto como sea posible se deberá alentar al niño a pensar y actuar en la vida por sí mismo. Poco a poco se debe renunciar a todo control paterno a medida que se vaya desarrollando la capacidad de valerse por sí mismo, y más adelante ninguna restricción o ninguna falsa idea del deber deberían obstaculizar los dictados del Alma del niño.

La paternidad es un servicio en la vida que pasa de unos a otros, y su esencia es dar temporalmente guía y protección durante un breve período, después de este tiempo debería cesar en sus esfuerzos y dejar al objeto de su atención libre para que avance solo. Recordemos que el niño, de quién podemos ser su guardián temporal, puede ser un alma mucho más vieja y grande que nosotros, y espiritualmente superior a nosotros, por lo que el control y la protección deberán limitarse a las necesidades de la joven personalidad.

La paternidad es un deber sagrado, de carácter temporal y que pasa de generación en generación. Conlleva nada más que servicio y no reclama nada a cambio al joven, ya que se le debe dejar en libertad para desarrollarse a su propio modo y prepararse tanto como sea posible para realizar el mismo servicio unos años más tarde. Así el niño no debería tener ninguna restricción, ninguna obligación ni ningún obstáculo paterno, sabiendo que la paternidad se otorgó primero a su padre y a su madre, y es posible que él deba realizar el mismo servicio respecto a otro.

Los padres deberían estar particularmente en guardia ante cualquier deseo de moldear a la joven personalidad de acuerdo a sus propias ideas o deseos, y deberían abstenerse de cualquier control excesivo o de pedir favores a cambio de su deber natural y del divino privilegio de ser el medio de ayudar a un alma a ponerse en contacto con el mundo. Cualquier anhelo de control, o el deseo de modelar a la joven vida por motivos personales, es una forma terrible de codicia que nunca se debería consentir, ya que si arraiga en los jóvenes padre o madre, en el futuro se convertirán en verdaderos vampiros. Si hay el menor deseo de dominio, se debe comprobar desde el principio. Debemos rechazar ser esclavos de la codicia, que nos conduce al deseo de poseer a los demás. Debemos estimular en nosotros el arte de dar, y desarrollarlo hasta que haya lavado, con su sacrificio, cualquier huella de acción adversa.

El profesor siempre debería tener presente que su oficio es simplemente ser el agente para dar al joven la orientación y las oportunidades de aprender las cosas del mundo y de la vida, para que cada niño pueda absorber el conocimiento a su propia manera, y, si se le da libertad, instintivamente escogerá lo que sea necesario para el éxito de su vida. Por ello, otra vez, no se debería dar al estudiante nada más que el cariñoso cuidado y la orientación que le permitan obtener el conocimiento que necesita.

Los niños deberían recordar que el servicio de la paternidad, como emblema del poder creador, es una misión divina, pero que ello no implica ponerles ni restricciones ni obligaciones en su desarrollo que pudieran obstaculizarles la vida y el trabajo que les dicta su propia Alma. Es imposible estimar en la actual civilización el callado sufrimiento, las naturalezas restringidas y el desarrollo de caracteres dominantes que produce el desconocimiento de este hecho. En casi todas las familias padres e hijos se construyen prisiones por motivos completamente falsos y por una errónea concepción de la relación entre padres e hijos. Estas prisiones excluyen la libertad, restringen la vida, evitan el desarrollo natural y traen tristeza a todos los afectados, afligiendo a las personas con desórdenes mentales, nerviosos e incluso físicos que son los que forman la mayor parte de las enfermedades de nuestros días.

No es posible comprender totalmente que cada alma encarnada está aquí con el objetivo específico de adquirir experiencia y entendimiento, y para perfeccionar su personalidad hacia los ideales albergados por el alma. Sea cuál sea nuestra relación con los demás, marido y esposa, padre e hijo, hermano y hermana, o maestro y hombre, pecamos contra nuestro Creador y contra nuestro prójimo si dificultamos la evolución de otra alma a causa de nuestros deseos personales. Nuestro único deber es obedecer los dictados de nuestra propia consciencia, y ésta no debe soportar ni por un momento la dominación de otra personalidad. Cada uno debe recordar que su Alma ha dispuesto un trabajo particular para él, y que a no ser que realice este trabajo, aunque sea de forma inconsciente, inevitablemente aparecerá un conflicto entre su Alma y su personalidad que necesariamente reaccionará en forma de desórdenes físicos.

Verdaderamente, cualquiera puede sentirse llamado a dedicar su vida a otra persona solamente, pero antes de hacerlo debe estar absolutamente seguro que éste es el mandato de su Alma, y no la sugerencia persuasiva de otros o de alguna personalidad dominante sobre él, o falsas ideas de un deber mal entendido. Debe también recordar que venimos a este mundo para ganar batallas, para adquirir fuerza ante los que quieren controlarnos, y para avanzar hasta ese estado en el que pasamos por la vida cumpliendo con nuestro deber silenciosa y calmadamente, sin sentirnos intimidados o influenciados por ningún ser viviente, guiados con serenidad por la voz de nuestro Yo Superior. Para muchos la principal batalla estará en su propia casa, donde antes de obtener la libertad para ganar victorias en el mundo deberán liberarse a sí mismos de la dominación adversa y del control de algún pariente cercano.

Cualquier individuo, tanto si es un adulto como un niño, que tenga como parte de su trabajo en la vida liberarse del control dominante de otro, debería recordar lo siguiente: en primer lugar, que a su supuesto opresor se le debe considerar de la misma manera como si se tratara de un rival en el deporte, como a una personalidad con quien jugamos el juego de la Vida, sin el menor rastro de amargura, y que si no tuviéramos estos oponentes careceríamos de la oportunidad de desarrollar nuestro propio coraje e individualidad; en segundo lugar, que las verdaderas victorias en la vida llegan por el amor y la suavidad, y que en tal competición no se debe usar ninguna fuerza en absoluto: que es desarrollando firmemente su propia naturaleza, sintiendo compasión, bondad y, si es posible, afecto - o, incluso mejor, amor - hacia el oponente, que podrá desarrollarse y, con el tiempo, podrá seguir apacible y silenciosamente la llamada de la consciencia sin permitir la menor interferencia. Aquellos que son dominantes necesitan mucha ayuda y orientación que les permita comprender la gran verdad universal de la Unidad y entender la alegría de la Hermandad. Omitir estas cosas es omitir la verdadera felicidad de la Vida, y debemos ayudar a estas personas en la medida de nuestras posibilidades. La debilidad por nuestra parte, que les permite ampliar su influencia, no les ayudará en absoluto; rechazar apaciblemente su control, y esforzarnos para que entiendan la alegría de dar, les ayudará a ascender el camino.

Obtener nuestra libertad, lograr nuestra individualidad e independencia, en muchos casos requerirá mucho coraje y fe. Pero en las horas más oscuras, y cuando el éxito parece casi imposible, siempre debemos recordar que los hijos de Dios nunca deberían tener miedo, que nuestras Almas sólo nos presentan las tareas que somos capaces de realizar, y que con nuestro propio coraje y fe en la Divinidad interior, la victoria llegará para todos aquellos que siguen esforzándose.